No te andes con rodeos, llama a las cosas por su nombre.
¿Qué tal si ese supuesto ‘enemigo’ es simplemente un irresponsable, un egoísta o un cobarde? ¿Y si lo que etiquetas como ‘tóxico’ no es más que una idea que no cuadra contigo, una creencia difícil de entender, una verdad incómoda o simplemente un punto de vista diferente? ¿Y si ese individuo que te cae mal o incluso ‘odias’ simplemente es un alma poco evolucionada que te hirió, decepcionó, irrespetó o lastimó?
¿Por qué le damos tanto poder a cosas y personas sobre nosotros? ¿Por qué permitimos que nuestro ego y el papel de víctima tomen las riendas? Cambiemos la perspectiva. Quizás, solo quizás, tengamos más control sobre nosotros mismos y les quitemos el poder a los demás. En ese sentido, nada externo podrá arrebatarnos la paz, porque entenderemos que nada tiene el poder de desequilibrarnos.
A veces, nuestra forma de ver las situaciones nos da la ilusión de que estamos indefensos, cuando en realidad, somos dueños de nuestra propia narrativa. Dejemos de darle a lo externo un poder que no merece.
Llámalo como es. No simplifiques las cosas, pero tampoco les des más peso del necesario. La magia está en ver las cosas con claridad, en reconocer que, al final del día, somos arquitectos de nuestra propia realidad.
Así que, ¿qué tal si, en lugar de etiquetar, juzgar y culpar, simplemente entendemos? ¿Qué tal si reconocemos nuestro propio poder para elegir cómo nos afectan las situaciones y las personas? La elección es tuya. Dale la importancia justa a cada pieza del juego, y verás cómo todo comienza a encajar de manera más armoniosa.
Atte. Merlina Verrückt