Hace un tiempo me topé con una joya en HBO+ llamada «¿Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret», basada en el libro homónimo. La historia sigue a una niña de ascendencia judía que busca su identidad como pre-adolescente en un mundo muy confuso y se cuestiona su relación con la religión y su conexión con Dios.
Margaret (Abby Ryder Fortson) creció en una familia mixta, con una madre católica (Rachel McAdams) y un padre judío (Ben Safdie), pero la crían sin religión debido a un trauma de su mamá con sus propios padres. Aunque su genial abuela, y nos ponemos de pie para la gran Kathy Bates, es judía practicante y le encantaría que su nieta compartiera sus creencias.
Sin embargo, la niña, curiosa y sedienta de comprensión, decide explorar cómo las personas ven las religiones, sus rituales y tradiciones. Y aquí es donde comienza su conversación con Dios, aunque al no saber rezar, le habla como si fuera un diario, compartiéndole sus días, sus sentimientos y pidiéndole cosas de niña de 11 años como el crecimiento de sus senos o encontrar amigas.
La película aborda las religiones como entidades perfectas e imperfectas al mismo tiempo, herramientas para unir y dividir, armas de miedo o de amor. Esa dualidad, esa relación compleja que solo puede entender el practicante, me pareció fascinante. Y más aún, cómo se puede sanar la conexión con Dios sin necesidad de atarse a una religión.
El enfoque en la relación humano-Dios revela los altibajos que pueden surgir cuando no comprendemos por qué Dios está ahí o cuando no obtenemos lo que queremos. Es que, incluso ahora, somos como niños y le seguimos haciendo pataletas porque no obtenemos lo que deseamos o porque algo que ocurrió no nos agrada. Nos enojamos, discutimos y peleamos con Dios como si fuera un amigo que no nos entendiera, pero al final, ¿qué entendemos realmente de lo que necesitamos? Nos comportamos como niños, y Él lo sabe.
La película nos invita a explorar esta relación de manera honesta y cómica, recordándonos que, al igual que Margaret, todos estamos tratando de entendernos en este vasto universo y que no hay solo una manera aceptable de hablar con Dios.
Así que, ¿por qué no hablar con Dios como si fuera tu pana? Al fin y al cabo, la conexión está ahí, y quizás, solo quizás, entendemos más de lo que pensamos.
Atte. Merlina Verruckt