¿Y tú, en qué momento dejaste de soñar?

Parece que todos, en algún momento, decidimos cambiar la magia por la monotonía, la fantasía por la rutina, y la auténtica felicidad por una versión más apagada de la adultez.

¿Por qué llega un punto en el que los adultos rompen la ilusión de los niños para que vivan en el «mundo real»? ¿Por qué tenemos que dejar de hacer «cosas de niño» porque es considerado inmaduro? ¿Qué coño tiene de malo conservar la candidez de un niño?

¿Por qué la adultez a menudo se asocia con la contención, la falta de magia y la pérdida de esperanza? ¿Por qué algunos creen que ser más aburrido, dañado y muerto por dentro te hace un mejor adulto? Y, lo más importante, ¿por qué algunos critican a quienes eligen vivir y ser auténticamente felices?

Hay un temor paralizante hacia lo que puede lograrse con el milagro que es la vida. Miedo a lo desconocido, a lo diferente, a lo «nuevo». Prefieren quedarse en su propio camino miserable porque «la miseria adora la compañía». Pero, ¿por qué tenerle miedo al potencial de la vida? ¿Qué tanto podría ocurrir? La verdad, mucho.

Puedes empezar a bailar de felicidad, a caminar descalzo en la grama, a hablar con los animalitos, a escuchar los sonidos de la naturaleza y maravillarte con una simple piedrita bonita. Puedes disfrutar sinceramente de la comida, compartir con los más amados y ser tan puro de corazón como puedas. Muchos anhelamos volver a esa infancia llena de maravillas, pero piénsalo… ¿qué te impide ver el mundo con esos mismos ojos tan despiertos?

Atte. Merlina Verruckt